Estuve de paseo por la Republica Dominicana y pude confirmar cuan semejante y cercanos somos los caribeños. Caminando por las calles y zonas turísticas me identifiqué rápidamente con las pinturas a la venta. Colores vivos, calientes, herencia africana, ritmos, bailes y sentimientos fue el manjar que deleité de los mismos.
Ciertamente, nos proyectamos y nos identificamos con nuestro medio ambiente, raíces y vivencias de pueblo. En esas pinturas estaba plasmado el cielo azul, el dorado de las playas, los verdes de las palmeras y campos; características del paisaje Caribeño. Los lienzos eran bases de la alegría, del sentimiento, de la historia, de su mitología, música, danza y costumbres pueblerinas.
Esta experiencia me remonta a mis estudiantes de pintura. Cuando les pido que me pinten un paisaje costero la mayoría sigue la línea de trazos coloridos. No importa si los estudiantes son jovencitos o mayores, siempre demuestran y expresan su real sentir con una paleta de colores cálidos y expresivos. Es como si la influencia de nacer en el Caribe lo hiciera seleccionar trazos fuertes, movidos y llamativos. Ninguno elije pintar con colores pálidos. Sabemos que nuestros amaneceres y atardeceres son únicos de esta zona. De ahí a la acción del resultado. La foto demuestra ejemplos de trabajos de mis estudiantes en donde se aprecia los trazos precisos y colores saturados, típicos del Caribe.
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